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Reinaldo Barahona: el líder tolupán que ha sobrevivido a varios atentados y sigue una lucha a favor de los derechos humanos de su pueblo

Escrito por René Estrada

A sus cuarenta años, Reinaldo Barahona Reyes ha sufrido las penurias de la ruta migratoria, ha sobrevivido a 6 intentos de asesinato y múltiples amenazas, pero también ha ganado diversos reconocimientos por su labor de defensoría, entre ellos el premio Carlos Escaleras. Pero, ¿de dónde viene este incansable ambientalista?, ¿cómo comenzaron sus luchas? y, sobre todo, ¿qué le motiva a seguir?, porque reconoce que su vida corre constante peligro.

“Cuando el indígena aprenda a leer y a escribir se va a comer a los otros indígenas si no están bien formados”, reza una frase que dejó para la historia Manuel de Jesús Subirana. Con estas palabras, el misionero católico presagió que, si los tolupanes no se educaban y no aprendían a defender sus derechos otro se iba a aprovechar, dejándolos sin nada y sufriendo las consecuencias. Escuchando este tipo de vaticinios, emitidos por un sacerdote que dedicó la mayor parte de su apostolado entre el pueblo tolupán, radicado en el departamento de Yoro, fue criado Reinaldo, un líder de este pueblo indígena y defensor del medio ambiente y de la vida.

Con el ejemplo de sus padres, abuelos y otros ancestros, Reinaldo, originario de Victoria, Yoro, ha dedicado su vida a empoderar al pueblo tolupán para proteger sus ríos y bosques de la destrucción causada por proyectos extractivos afincados en las empresas mineras y madereras. 

Un tolupán en tierras ladinas

Los primeros años de su vida Reinaldo los vivió en una zona montañosa, “de esas en las que solo se podía andar (caminar) en bestia”, dice. La zona es conocida como El Portillo de la Pita, una comunidad tribal de Las Vegas de Tepemechín en Victoria. Su madre Emiliana Reyes y su padre José de la Paz Barahona lo criaron a él, a su gemelo y sus otros ocho hermanos trabajando la tierra, respetando la naturaleza y participando en las actividades del consejo indígena Tolupán. 

De esa etapa de su existencia, Reinaldo recuerda las montañas frondosas y siempre verdes, la convivencia con los animales y los buenos cultivos de la tierra de su familia. Era una comunidad sin acceso a la energía eléctrica y con un único radio como medio de comunicación con el exterior, que pertenecía a su abuela materna Pentura, como medio de comunicación. 

Cuando Reinaldo cumplió seis años de edad, sus padres se mudaron a la parte baja del territorio Tolupán, motivados por la discapacidad de su padre y por su derecho como indígenas a un territorio más adecuado para sus necesidades. En este nuevo lugar, la comunidad de Las Vegas, descubrió dos nuevos conceptos: los ladinos y la discriminación. 

Del proceso de mudanza, Barahona recuerda que lo más difícil fue acoplarse a su nueva escuela porque el cambio, de una totalmente indígena a otra en la que él y sus hermanos eran los únicos no ladinos, le trajo burlas y el rechazo de sus compañeros. 

“Éramos los tipos raros y nos miraban como si no fuéramos gente”, confesó, al grado que llegó hasta los catorce años pensando que al ser de la tribu tolupana no tenían derechos. 

Reinaldo sufrió muchas humillaciones que lo llevaron a pensar que ser indígena estaba mal. Sus compañeritos ladinos utilizaban frases como “pareces indígena” o “pareces indio”, cuando se burlaban de alguien. Esta situación lo convirtió en una persona tímida, con miedo a expresarse, pese a que su padre le recordaba constantemente a él y a sus hermanos que eran iguales a sus compañeros y les motivaba a continuar porque tenían que aprender a leer y escribir para que, de cara al futuro, aprendieran a defender sus derechos como tribu tolupana. 

En la actualidad, recuerda que superó esa etapa debido a la crianza activamente indígena que le dio su madre y su padre, pese a que él no era tolupán sino un “delegado de la palabra” que fue aceptado en la tribu tras establecerse con su progenitora. Su padre le enseñó la importancia de mantener viva sus costumbres, tradiciones y luchas tolupanas. Eso fue clave para fortalecerlo y enorgullecerse de sus raíces.

Al terminar el sexto grado, a sus quince años, Reinaldo rememora que tenía interés por continuar sus estudios, pero eso no fue posible por la situación económica de su familia y, sobre todo, porque encontró un nuevo amor por sus raíces como tolupán. Con el paso del tiempo fue escuchando a más personas que lo motivaron a defender sus derechos como indígena y a luchar por la defensa de su pueblo. 

El camino hacia la adultez 

De acuerdo con la tradición del consejo tolupán, a partir de los 16 años los jóvenes ya pueden participar plenamente en las asambleas y en otras actividades. Para Reinaldo, esto significó un paso importante porque podía enseñarles a los demás miembros de su tribu que tenían derechos, pese a que toda su vida les habían enseñado que no. Estudiar en una escuela ladina le permitió conocer las estrategias que utilizan para engañar y someter a los indígenas. 

Ese no fue el único cambio en la vida de Reinaldo y su familia. Después de sufrir los embates del huracán Mitch, en 1998, les tocó reubicarse, con el apoyo de la iglesia, a la comunidad de Pueblo Nuevo, siempre en Victoria. En esta comunidad se involucró con la iglesia católica jesuita; eso le permitió predicar y formar redes juveniles a las que les enseñó acerca del respeto y la igualdad, sin dejar de lado la espiritualidad indígena. 

Sin embargo, aunque Reinaldo se considera un creyente, su paso por las estructuras de la iglesia fue fugaz porque persistían muchas diferencias entre las cosmovisiones, la más preocupante, dice, “el tener que machucar a otro para subir otro escalón” dentro de la organización. 

Tras su breve camino por la religión católica y consciente de las actuaciones del consejo tribal de ese momento, que empezaba a vender y a negociar los bienes comunes de la naturaleza, en Reinaldo nació una especie de resentimiento que lo motivaría a mudarse a San Pedro Sula, a sus 24 años. Al llegar a una ciudad que no conocía, Barahona consiguió trabajo en una fábrica y también como ayudante de albañil. Pero, tras seis meses de vivir “como si estuviera preso” y de enfrentarse a conductas contrarias a la formación que tuvo de pequeño, decidió regresar a donde su familia. 

Con el retorno a su casa y a su vida en conexión con la naturaleza, se dedicó a trabajar en el campo y apoyar a su familia, principalmente a su madre, quien estaba enferma. Pero, no fue mucho lo que permaneció en Pueblo Nuevo porque de uno de sus ex cuñados vendría una oferta: migrar hacia Estados Unidos. 

La experiencia que cambiaría su vida

Motivado por la falta de recursos para un tratamiento digno, para combatir la enfermedad de su madre, Reinaldo junto a su ex cuñado viajó hacia Estados Unidos. Juntos salieron desde Victoria, pasando por San Pedro Sula y cruzando todo el país vecino de Guatemala, hasta que lograron llegar al Estado de Veracruz en México. 

En tierras aztecas se encontraron con dos hombres que se presentaron como pastores de una iglesia evangélica y provocados por el hambre, decidieron recibir la ayuda que les ofrecieron. Tras una corta plática religiosa, los supuestos predicadores les ofrecieron acercarlos a la frontera con Estados Unidos.

En su primera parada, los supuestos enviados de Dios, llevaron a Reinaldo y su ex cuñado a descansar a una pradera y fue ahí cuando empezaron a sospechar que algo no andaba bien. En ese momento, empezaron los planes para separarse del grupo, pero en un gesto de solidaridad, Barahona decidió quedarse acompañando a un paisano que dormía sobre su mochila, mientras su acompañante de viaje se escapaba bajo el manto de la noche. 

Al amanecer, el viaje continuó y tras cuatro días en carretera arribaron al Estado de Tamaulipas donde los llevaron a una casa grande y oficialmente les dijeron que “tenían que pagar dinero para salir de ahí” y que, de lo contrario, los iban a matar. Para Reinaldo, la amenaza se volvió real cuando, consciente de que no tenía quien le ayudara con el pago del rescate, comenzó a ver cómo mataban a otros migrantes, violaban mujeres y algunos los metían a un pozo hasta el punto de la sofocación. 

Tras 20 días de constante oración, Barahona se preparaba para lo peor. Sin embargo, no moría en su interior la esperanza de escapar. Así comenzó a organizar a las casi 200 personas secuestradas para rebelarse en contra de los 11 guardias armados y huir. Pero, algunos de los rehenes lo amenazaron con reportarlo ante los victimarios y el plan fracasó. 

De manera sorpresiva, se encontró con otro hondureño, un garífuna proveniente de La Ceiba, que le dijo que lo acompañaba a escaparse, pero Reinaldo estaba muy débil porque llevaba mucho tiempo sin comer. Un par de días después ambos fueron separados de la habitación en la que permanecían. En ese momento “el hombre empezó a gritar, me levanté y sin saber con qué fuerzas, superé los dos estrellones en la pared y salí de la habitación. Por suerte, no sacaron las armas y fueron puros golpes, pero logré llegar a la sala y me tiré de la segunda planta de aquel edificio, y corrí hasta que nos encontró la policía y nos entregó a migración”, recuerda Reinaldo. 

Al concluir esa terrible experiencia, Barahona se dedicó a repensar el rumbo que tomaría su vida y a recordar las muchas promesas que le había hecho a Dios, si sobrevivía. 

De migrante retornado a líder tolupán 

Dos meses después, luego de regresar de su travesía, Reinaldo se enfrentó a otro episodio duro: la muerte de su madre. Ese fallecimiento provocó en la familia Barahona un sentimiento de indiferencia. Durante muchos años se alejaron de las costumbres de la tribu tolupana y se dedicaron a formar y cuidar de los suyos.

Reinaldo recuerda que al platicar con su hermano comenzaron a notar que poco a poco las profecías del Misionero se iban cumpliendo. En el 2010, de acuerdo con el relato popular, el entonces presidente del Consejo Tolupán negoció con la Municipalidad los permisos para la explotación del bosque. Eso dio inicio a la tala y la destrucción de la montaña. 

En el 2017, las palabras de los ancestros se hacían más presentes. El clima iba cambiando y la temporada de siembra se iba extendiendo justo cuando ocurrían las negociaciones para la instalación de la empresa Grupo Exportador de Minerales de Honduras S, A. (GEMISA), y comenzaron a ingresar maquinarias pesadas a la montaña, con la intención de avanzar con la explotación del oro de la zona. Fue ahí cuando don José de la Paz sentó a Reinaldo y a sus hermanos y les recordó que ellos eran los únicos que podían defender el territorio, pues él ya tenía una edad muy avanzada.

A raíz del llamado de atención y de los cambios en el clima de la zona, los hermanos Barahona comenzaron a reintegrarse en el Consejo con el objetivo de evitar que la minera se instalara en el territorio. Entre las primeras acciones que adoptaron fue ir a “bajar” las máquinas con el propósito de demostrar que la comunidad no estaba de acuerdo y de evitar que se extendieran las labores extractivas. 

En ese momento se dio cuenta de algo muy importante, que no sabían nada en materia de defensa de derechos humanos, mucho menos de los mecanismos internacionales de protección, y que era momento de pasar de la defensoría a la “antigua” a un enfoque más integral. 

Entonces, se convocó a una reunión de asamblea y de Consejo Tribal para exigir información acerca de quién había autorizado el ingreso de las máquinas al territorio. Pero, la respuesta de los concejales fue evadir la pregunta. Cumpliendo con los estatutos del pueblo Tolupán, se votó por una nueva junta directiva y Reinaldo fue nombrado secretario. 

Al inicio de su involucramiento en el Concejo, Reinaldo fue notando algunos patrones que consideró claves para mantener al pueblo Tolupán sumiso. Por ejemplo, menciona la presencia de una Organización que presumía ser defensora de los derechos humanos pero que abogaba por la minera y no por la comunidad. Pero fue hasta que la Asamblea rechazó públicamente que estaba en contra de la empresa extractiva, que la ONG cesó sus funciones en la zona. 

Para Reinaldo y su hermano, “la ilusión de que los indígenas se dieran cuenta del valor de defender sus territorios y el por qué se sacrificaban por la madre tierra”, era suficiente motivación para realizar jornadas largas, de más de 12 horas de camino, para concientizar a todos los miembros de la tribu, acerca de los daños causados por la minería.

Las 6 veces que la madre tierra lo ha protegido

A medida que Reinaldo se involucraba y se capacitaba en la protección de derechos humanos y el territorio, materia en la que el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC-SJ) proporcionó apoyo clave, las respuestas de los sectores a favor de la minera se hacían más visibles.

Reinaldo hace énfasis en la actitud del alcalde municipal, Sandro Martínez, quien se refiere a él únicamente como “indio tonto”. Lo acusa de estar en contra del desarrollo y “de no entender cómo funcionan las cosas en el pueblo”. 

En el 2019, tras semanas de trabajo para consolidar alianzas y reforzar el trabajo de defensoría del territorio, en una reunión para reafirmar la posición del pueblo tolupán ante la instalación del proyecto extractivo con el alcalde, el edil le recomendó que “no se metiera a eso, en contra de una minera, porque era un serio problema y había hasta muertos”. 

Meses después del encuentro, Reinaldo sufrió un primer intento de homicidio que el exfiscal del Concejo le advirtió cuando regresaba de sus labores en una comunidad vecina de Las Vegas. El exdirectivo le dijo que “en cualquier momento lo iban a matar” y que se acordara de “lo que le pasó a Berta Cáceres, que por andar queriendo defender la mataron”.

Días después recibió la llamada de un amigo, quién le informó que tenía información sobre la contratación de un hombre para matarle. En ese momento, Reinaldo buscó a su informante, quien le dijo que el precio por su cabeza andaba en 3 mil lempiras y que era un sicario traído desde Choloma, Cortés. 

Al retornar a su casa, a eso de las 6 de la tarde, sobre el puente que marca la división entre la tierra de la tribu y la nacional, Reinaldo se encontró con el hombre, quien tenía su cabeza envuelta en un trapo negro, para cubrir su identidad. El líder tolupán se escondió entre los árboles y empezó a hacer ademanes con su bolso, para dar a entender que él también cargaba un arma, aunque solo andaba su machete envainado. 

El sicario no logró acercarse y, pese al manto de la noche, Barahona vio un grupo de 3 personas que también estaban con la cabeza cubierta. Con el miedo aumentando ante la presencia de más victimarios, aprovechó el paso de un carro y de las luces que traía encendidas para salir a la calle e intentar evadir la amenaza. Sin embargo, lo siguieron por unos pocos minutos, hasta que logró llegar a su casa. 

En una segunda ocasión, durante la pandemia del covid-19, Reinaldo culminó sus tareas en horas de la noche. Y mientras cruzaba el puente dentro de su comunidad, escuchó a un joven cuando notificó, mediante una llamada telefónica, que él iba pasando. Pero, tras la lección de la última vez, salió corriendo y logró llegar a su casa a encerrarse. 

En un siguiente atentado, un señor se le acercó pidiéndole autorización para trabajar en la mina. Para ese entonces ya era presidente del Concejo Tribal y debía autorizar que los miembros de la tribu laborasen en el proyecto extractivo. En esa ocasión se negó a firmar el permiso y el señor lo amenazó a muerte. En horas de la noche, mientras descansaba junto a su familia, Reinaldo comenzó a escuchar a sus perros ladrar de manera diferente. Eso llamó su atención, por eso se levantó y a lo lejos vio que se acercaban varios hombres que portaban armas largas. En ese momento encendió la luz para demostrarles que estaba despierto. Al ver la actividad en la casa, los sicarios procedieron a esconderse y terminaron abortando la misión. 

Después del incidente en su residencia, sufrió dos atentados más. Sin embargo, reconoce que el que más le ha aterrado ha sido el último, el sexto, en el 2023. En ese momento, Reinaldo culminaba su periodo como presidente del Concejo Tolupán, y antes de la asamblea para cambios de liderazgos se enfrentó una vez más a sus opositores. 

Reinaldo se encontraba trabajando en sus maizales en las primeras horas de la mañana cuando notó que cuatro hombres encapuchados y armados con armas largas lo esperaban, uno a la orilla del río y los otros tres en el camino a su tierra. Mientras intentaba escapar se topó con uno de los sujetos que finalmente solo lo golpeó. 

De repente, uno se dio cuenta que ya estaba adentro y levantó su escopeta. Como pudo, logró escabullirse entre las milpas. Sin embargo, se encontró con uno de los hombres y, por suerte, no le dispararon, pero sí resultó golpeado. 

Al analizar que para ese atentado ya había más sicarios detrás de él y que ni su lugar de trabajo era seguro, decidió ceder la presidencia del Concejo. Pero, siempre se mantiene activo dentro de la organización y mantiene su voz alzada para generar conciencia dentro de la tribu sobre la importancia de defender el territorio y los regalos de la madre tierra. 

Una lucha que está lejos de terminar 

Tras un recorrido por las memorias de su vida, Reinaldo reconoce que hubo un momento en particular que lo hizo cambiar de perspectiva: haber salido con vida luego de 28 días de secuestro en México, a manos de Los Zetas. Al retomar la calma posterior al escape, se dio cuenta que tenía que dedicar su vida a algo que valiera la pena, por eso decidió defender los derechos humanos de su pueblo. 

Otra lección que con el paso del tiempo comprendió es que Dios tiene un plan con él y que es su decisión definir el momento en que termine su vida. Por eso admite que nunca evita el peligro y que le dice a susReina cercanos “a mí no me van a poder matar ahorita, hasta que Dios les de la orden”. Sobrevivir a seis atentados y comprobar su teoría lo motivó a intensificar sus luchas. 

Pese a que ya no ostenta la presidencia, las labores de defensoría de Reinaldo continúan y admite que la parte más difícil es no poder pasar mucho tiempo con sus hijos, quienes son su motor e inspiración. A

Tras una vida dedicada al servicio de su tribu y de varios encuentros “cara a cara con la muerte”, Reinaldo ha logrado el reconocimiento de diversas organizaciones nacionales e internacionales. Admite que es un logro muy importante haber posicionado el nombre de su comunidad y su causa, porque eso ha conllevado a que su pueblo cuente con mayor apoyo.

Pero Reinaldo Barahona Reyes dice que su lucha no terminará hasta lograr la apropiación de todo su pueblo sobre sus derechos humanos, y que la esperanza de evitar la dest