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Análisis Semanal | En la agenda anti globalista de la administración Trump: ¿Qué significa el cierre de la USAID?

Escrito por Gustavo Irías

Desde la toma de posesión de Donald Trump, ha transcurrido poco más de un mes, y en este corto lapso es un hecho que el orden mundial, tal como lo conocíamos, está experimentando cambios drásticos. Esto ha llevado a que líderes tradicionalmente aliados de Los Estados Unidos se sientan “horrorizados y desconcertados”.  Un ejemplo de esta situación es el conjunto de gobiernos de la Unión Europea, en especial Ucrania y en nuestra región, Panamá. Por lo tanto, no es casual que el análisis político contemporáneo sugiera que la situación mundial ha ingresado a un punto de inflexión histórica.

En el análisis que se genera en estos agitados días se están utilizando dos términos que crean algunas confusiones: globalización y globalismo. Aunque su escritura es similar, sus significados son diferentes. La globalización se refiere al paradigma de la política económica que ha dominado el mundo, por lo menos desde la década de 1980, caracterizado por la ortodoxia del libre mercado y Estados mínimos, conocidos como neoliberalismo. En contraste, el globalismo hace referencia a la agenda 2030 de las Naciones Unidas que, según la CEPAL , “Es una agenda civilizatoria que pone la dignidad y la igualdad de las personas en el centro y llama a cambiar nuestro estilo de desarrollo”. La agenda del 2030 retoma puntos clave del movimiento Woke (en español “despertar”) posicionado desde hace largas décadas en Los Estados Unidos en “contra la injusticia social y la desigualdad racial”.

En este marco surge la pregunta ¿cómo entender el antiglobalismo de Trump? La respuesta es compleja. En primer lugar, la antiglobalización de Trump se manifiesta en su intento de ajustar el paradigma económico dominante para recuperar la hegemonía estadounidense, llevando a un extremo no imaginado la contrarrevolución neoliberal iniciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta. “El equipo de Trump ha prometido eliminar cualquier regulación restante sobre el capital, recortar masivamente el gasto social, incluida la seguridad social (pensiones), reducir los impuestos al capital y a los ricos, expandir el aparato estatal de represión y vigilancia, y anular los pocos mecanismos restantes de rendición de cuentas democrática”. Además, se prevé el retorno al proteccionismo, mediante la aplicación de aranceles. Una contrarrevolución de esta magnitud no puede llevarse a cabo sin una batalla cultural global que acompañe la restructuración del orden internacional que entrañe una nueva forma de globalización.

En segundo lugar, el equipo de Trump es radicalmente adverso a la agenda mundial (2030). En otras palabras, el programa de Trump es un proyecto político esencialmente anti-globalista. Es importante señalar que la agenda 2030 promueve, adopta y protege los derechos aspirados y/o conquistados por colectividades humanas, lo que implica desmontar las desigualdades sociales, de género y raciales mediante políticas afirmativas a favor de las mujeres, disidencias sexuales, poblaciones negras e indígenas, así como reconocer la existencia de la crisis climática mundial. La oposición a esta agenda representa la deconstrucción de la narrativa de la amplia comunidad de organizaciones nacionales e internacionales que han trabajado por la conquista y el respeto de los derechos humanos.

La restructuración del orden mundial, que apunta hacia una nueva globalización, y el antiglobalismo son una misma apuesta. La nueva globalización exige la construcción de un nuevo edificio de organizaciones internacionales y la revisión de los pilares que han sustentado el actual sistema multilateral. Esto explica el retiro de la nueva administración estadounidense de la Organización Mundial de la Salud (OMS), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y del Acuerdo de Paris. Y esto solo es el principio. Para Trump y su equipo, construir esta nueva arquitectura internacional y la nueva globalización implica librar una intensa batalla cultural contra el globalismo, que se manifiesta en iniciativas como la Agenda 2030 o el Movimiento Woke.

Lo mencionado anteriormente, nos aporta un nuevo marco interpretativo para entender el cierre de la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional (USAID), más allá de las justificadas condenas morales que se han presentado.

La batalla cultural y la cancelación de operaciones de la USAID

A principios de febrero, el magnate Elon Musk, una especie de copresidente de Los Estados Unidos, comenzó una campaña para el cierre de USAID  porque la calificó de “organización criminal”, y la acusó de estar involucrada «en trabajos sucios de la CIA» y en la «censura de internet». Con algunas aseveraciones, D. Trump lo secundó afirmando que la USAID «ha sido dirigida por un puñado de lunáticos radicales”. Posteriormente, se anunció el cierre de la agencia y de su sitio web. También, la cancelación de sus operaciones en el mundo, con la excepción de Israel y Egipto. Esto suscitó un gran revuelo en las redes sociales y un inusitado entusiasmo en sectores tan disímiles como los libertarios y el progresismo.

La USAID fue fundada en 1961 por la administración de John F. Kennedy en plena guerra fría, con el propósito de contrarrestar la influencia de la revolución cubana en las Américas. Efectivamente, ha sido un instrumento privilegiado de la injerencia estadounidense en la región y el mundo; sin duda, responsable de acciones deleznables como, por ejemplo, el golpe de Estado al gobierno democrático de Salvador Allende. No obstante, esta agencia en la post guerra fría y en el marco de los acuerdos multilaterales, sin dejar su rol injerencista, fue un pilar de importancia en la implementación de la Agenda 2030, como parte de los compromisos asumidos por los Estados Unidos en el seno de la comunidad de la Naciones Unidas. Otras agencias de cooperación, tales como ASDI (Suecia), JICA (Japón), AECID (España), GIZ (Alemania) y muchas más, también han desempeñado un rol activo en apoyo a la Agenda 2030.

De ahí que, en este contexto histórico de reestructuración del orden mundial, es necesario preguntarse: ¿cuál es el objetivo de la administración Trump con el cierre de la USAID?

Con los elementos expuestos en este artículo, no queda ninguna duda que responde a  la decisión de Los Estados Unidos  de renunciar a sus compromisos con la Agenda 2030, como parte de su actual batalla cultural que busca posicionar otros valores en la agenda mundial.

Con esta disposición, la administración Trump se aparta de sus compromisos en temas importantes como la equidad de género, lo que incluye garantizar el acceso universal a la salud reproductiva y la eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres; la inclusión social, económica y política de todas las personas, independientemente de su edad, sexo, discapacidad, raza, etnia, origen, religión o situación económica u otra condición; la protección de los derechos laborales y un entorno seguro para los trabajadores migrantes; el crecimiento económico sostenible; el fortalecimiento de la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos relacionados con el clima y desastres naturales;  la movilización de 100,000 millones de dólares anuales para atender las necesidades derivadas del cambio climático; el desarrollo de vacunas y medicamentos contra enfermedades transmisibles que afectan a los países en desarrollo, por mencionar algunas de las metas de la Agenda 2030.

En su lugar, Trump posiciona una narrativa patriarcal, racista y xenofóbica (odio a lo extranjero) que constituye un retroceso en el reconocimiento de valores y derechos alcanzados por la humanidad en cuanto a tolerancia, respeto e inclusión social, racial y genérica, como también en lo referido a la lucha por la preservación del planeta.

Desde el 20 de enero, algunas de las órdenes ejecutivas emitidas tienen marcas preocupantes. El negacionismo del cambio climático ha llevado a priorizar la energía fósil ante la renovable. Además, el reconocimiento del género masculino y femenino, desconociendo las diversas disidencias sexuales, refuerza el discurso homofóbico y crea un clima de intolerancia hacia estos sectores no solamente en Estados Unidos, sino que en muchas partes del mundo. Esto también implica una reducción gradual de las políticas de discriminación positiva que benefician a las mujeres y otros grupos sociales excluidos.  El llamado a la limpieza étnica en Gaza representa la expresión extrema del racismo en pleno siglo XXI y es un desafío a los tratados, las declaraciones y resoluciones de las Naciones Unidas que abogan contra el racismo y buscan una solución al problema palestino.

Es tan importante la batalla por el cambio de los referentes culturales, que en la reciente Cumbre de Seguridad de Múnich,  J.D Vance, vicepresidente de Estados Unidos, destacó que en este contexto histórico las amenazas externas a Europa no provienen “de fuera” (China y Rusia), sino “desde dentro”. Es decir, de lo que él denomina “la decadencia de los valores europeos” basados en la tolerancia a la población migrante, el reconocimiento de los derechos reproductivos y las medidas de discriminación positiva para las mujeres, así como en la aceptación de la diversidad sexual.

En la última Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), Vince también afirmó que  la mayor amenaza a Europa y a los EE.UU es acoger “a millones y millones de inmigrantes extranjeros no autorizados”, expresando su firme convencimiento de que no es posible “reconstruir la civilización occidental” si EE.UU y Europa no deciden parar esos flujos.

Sin duda, la batalla cultural es fundamental para el equipo de Trump en la reestructuración del orden mundial y en la reconfiguración del mundo.

Mirando al futuro

Es evidente que la USAID ha concluido con su legado nefasto, aunque también con sus contribuciones al desarrollo de la Agenda 2030.

Ahora, lo más importante es imaginarnos qué vendrá. El escenario más probable es altamente preocupante: una nueva agencia internacional que promoverá una agenda de anti derechos. En un contexto internacional favorable para esta agenda, en el cual los viejos “pactos sociales” han colapsado tanto en el norte como en el sur global, las clases trabajadores y capas medias sufren el deterioro de sus condiciones de vida y perciben un sistema internacional injusto y están dispuestos a acompañar un ajuste en ese orden siguiendo las predicas nacionalistas, xenófobas y racistas de los partidos de ultraderecha.

En este punto, se debe tener presente que la USAID fue la mayor agencia bilateral en el mundo, formalmente cancelada en febrero de 2025, pero con recursos disponibles, aunque temporalmente inactivos y ahora concentrados en el Departamento de Estado. El presupuesto del 2023 alcanzó la cantidad de USD 42,000 millones, suficientes recursos para modificar las narrativas y el “sentido común” que ha guiado la lucha a favor de los derechos humanos en el mundo.

En Honduras, la USAID desempeñaba un papel muy importante tanto para el gobierno como para algunas organizaciones de la sociedad civil. Según datos periodísticos, Honduras era uno de los 5 países de la región  que recibían la mayor cantidad de ayuda, con un total de 178 millones de dólares. Si esta información es correcta, parece que este tipo de cooperación había aumentado en los últimos años. El Boletín Informativo 05-2021 de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno anterior, indica que entre 2017 y 2020, la  USAID totalizó 277 millones de dólares en cooperación internacional no reembolsable, colocándose en el primer lugar, seguida por la Unión Europea con 172 millones de dólares y en un lejano tercer lugar  Japón, con 47.2 millones de dólares.

Un porcentaje de la cooperación se destinaba a algunas líneas sensibles, que el Estado no puede atender adecuadamente. Estas áreas incluyen la niñez en situación de vulnerabilidad, las casas refugios para las mujeres víctimas de violencia, las juventudes en situación de riesgo, la atención de los temas de salud reproductiva, la trata de personas, así como la atención a la población desplazada y retornaba. Sin dejar de mencionar, la construcción y equipamiento de escuelas y centros de salud.

Ante un contexto de disminución de la cooperación internacional no reembolsable, surgen las preguntas, ¿quién o quiénes asumirán el rol de esta cooperación?, ¿Cuáles serán los impactos para estas poblaciones vulnerables?

Para finalizar, es evidente que un nuevo orden internacional está en proceso de instalarse. Aunque el camino a seguir y su resultado final aún son inciertos, hasta ahora el contexto está siendo marcado por la “brutalidad absoluta del capitalismo global”, que está cerrando todas las puertas a los y las trabajadoras migrantes mediante una narrativa racista y segregacionista, además, limitando derechos y conquistas sociales. Desde la periferia, el gran desafío en esta batalla cultural es mantener las banderas por la defensa de las libertades democráticas fundamentales, de los derechos conquistados por las mujeres, la diversidad sexual y las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes. También, por los derechos de la naturaleza en el contexto de la crisis climática. Además, es necesario seguir repensando nuestras realidades marcadas por las exclusiones y desigualdades, desarrollando renovadas y poderosas narrativas que promuevan la justicia social y la inclusión.

Es la línea que debemos trazar “desde abajo”, entre la barbarie y la esperanza por un mundo más justo.

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