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Análisis Semanal | El triunfo de Trump y sus significados en Honduras y la región

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Escrito por Gustavo Irías, director ejecutivo del CESPAD

No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él. Mientras los líderes demócratas defienden el estatus quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio”, Bernie Sanders 

La reflexión anterior de Bernie Sanders, senador y ex precandidato presidencial del Partido Demócrata, nos aporta una primera clave que explica el arrollador triunfo electoral de Donald Trump el 5 de noviembre de 2024. Efectivamente, desde su primera presidencia  (2017-2021), la clase trabajadora estadounidense fue cautivada por su radical discurso, enfocado en recuperar la “grandeza americana” a través del restablecimiento de la industria nacional y la imposición de fuertes aranceles al comercio con China y de otros países (proteccionismo). De igual forma, con la reducción de los impuestos a la renta y patrimonio de las empresas, estos aspectos en su conjunto supuestamente permitirían la generación de amplio empleo y el mejoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora. 

Hay que entender que estas propuestas han sido dirigidas a un segmento poblacional que durante décadas de neoliberalismo ha experimentado una fuerte precarización laboral, manifestada en la pérdida del empleo formal, la reducción de salarios, las dificultades para obtener una vivienda y el limitado acceso a los deficientes servicios de salud y educación. Aunque la “grandeza americana” no fue recuperada en la primera presidencia, en un contexto de encarecimiento del costo de la vida, la clase trabajadora ha seguido creyendo en las promesas de Donald Trump, reforzadas por la agresiva campaña en las redes sociales basada en la post verdad (narrativas ideologizadas que reemplazan la realidad y que terminan posicionándose en la mente de la gente).

Pero no solo la clase trabajadora salió a votar masivamente por el Partido Republicano, también las mujeres y hombres blancos de las zonas suburbanas y rurales. Sin embargo, lo más significativo lo ha constituido el aporte del voto latino, especialmente de los hombres, e incluso el voto negro. Esto ha significado una profunda reconfiguración del voto tradicional que se inclinaba a favor del Partido Demócrata. En esta oportunidad, la batalla política y cultural ha sido claramente ganada por el trumpismo, movimiento político que trasciende lo que se ha conocido como el conservadurismo republicano. 

¿Qué motivó esta votación masiva? 

La respuesta se encuentra en el proyecto político ofrecido, el que no se limita a la economía interna porque incluye el comercio, la migración, justicia, crimen, cambio climático, aborto, derechos de la diversidad sexual y otros más. En el fondo, es un programa de reestructuración conservadora de la sociedad estadounidense y del mundo. Es una ofensiva contra el llamado “globalismo”, en otras palabras, una acometida en contra del contenido de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 de las Naciones Unidas, la que incluye los derechos de las mujeres (comprendiendo los reproductivos, como el aborto), de la diversidad sexual, la migración como un derecho humano, el cambio climático y otros más. Esta propuesta antiglobalista fue bien resumida en diversas intervenciones en la última Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, siglas en inglés), que se realizó en febrero de este año, en el marco de la campaña electoral de Trump, enfocada en el llamado a defender los “valores en crisis de Occidente” como “la patria, la libertad, la propiedad, la razón, la fe de nuestros padres y la familia”. 

El antiglobalismo surge y toma fuerza ante la incapacidad de los partidos liberales, socialdemócratas y progresistas de diverso signo, de entregar soluciones a los graves problemas que agobian a las grandes mayorías, cruzadas por la precariedad en sus diferentes ámbitos, especialmente el laboral y económico. De ahí que el diagnóstico ultraconservador sea similar al progresista, pero sus salidas son ultra-neoliberales, al extremo que ya no se trata de limitar el papel del Estado, sino que eliminarlo con todos sus programas de compensación social. Igualmente, prescindir de toda política fiscal, seguido por la supresión de los derechos sociales conquistados a la largo de duras luchas populares y sindicales. Pero la desesperación de la gente es tan extrema, que termina avalando electoralmente este tipo de proyectos. El primero fue el de Milei en Argentina, ahora Trump en los Estados Unidos. 

Qué implicaciones esperar para México y el triángulo norte

De la amplia agenda del proyecto trumpista, nos limitaremos a los tres siguientes: el comercio, la migración y el narcotráfico.

  1. El comercio. El aspecto más sobresaliente es la implementación de la política proteccionista, imponiendo aranceles a las importaciones, tanto de China (60%), como a las del resto de países (entre el 10% y el 20%). A pesar de que México y Centroamérica poseen tratados de libre comercio, está planteada la enorme incertidumbre sobre la forma en cómo esta política proteccionista afectará a sus economías. En ese contexto se cita la maquila centroamericana, la que está experimentando la reducción de sus ventas debido a la recesión estadounidense, afectando la disponibilidad de divisas, con sus implicaciones en los tipos de cambio y en la inflación en sus respectivos países. Durante la administración Biden, México se convirtió en el principal socio comercial de los Estados Unidos. Estas relaciones comerciales han sido un factor clave de la actual prosperidad de la economía, sin embargo, el tratado está sujeto a una renegociación en el 2026. En tal sentido, este es un tema muy sensible para el nuevo gobierno mexicano y para sus planes por profundizar la Cuarta Transformación. 
  2. La migración. En este tema los puntos clave son finalizar el muro a lo largo de la frontera con México, convertir la migración en un delito federal (con modificaciones en las normas jurídicas), expandir los centros de detención, restablecer el Título 42 (expulsión de inmediato) y llevar a cabo la deportación de migrantes ilegales más grande en la historia de los EE.UU. Un hecho innegable es que en política migratoria no han existido mayores diferencias entre los gobiernos republicanos y demócratas, pero llevado a su máxima expresión el proyecto de Trump implicará una peligrosa crisis humanitaria migratoria que agravará las crisis internas de los países del “triángulo norte”, signados por profundas fracturas históricas de desigualdades nunca resueltas por elites voraces e insensibles. En este marco, probablemente también se lleguen a tensionar las relaciones diplomáticas de Guatemala, Honduras y El Salvador con México. La votación masiva a favor de Trump de los estados fronterizos con México y el respaldo del voto migrante, nos podría estar aportando dos explicaciones: la primera, que la migración efectivamente es percibida por los estadounidenses de “piel blanca” como una amenaza a su seguridad, con un fuerte enfoque racista y xenófobo y, la segunda, que estos flujos humanos han llegado al extremo de constituir un riesgo (competencia laboral) para los migrantes de las primeras generaciones. 
  3. Narcotráfico. A diferencia de su primera presidencia, en esta nueva gestión Trump ha planteado la “guerra” contra los cárteles de la droga como una prioridad, dejando abierta la posibilidad de pedir al Congreso que legisle por la aplicación de la pena de muerte para los traficantes de droga y personas, asimismo, ha amenazado con el uso de la fuerza militar estadounidense en territorio mexicano. Tanto México y los países que componen el llamado “Triángulo Norte” comparten una criminalidad organizada que ha cooptado parcial o totalmente la institucionalidad del Estado, convirtiéndose, potencialmente, en algunas circunstancias, en una amenaza a la seguridad nacional de los EE. UU. Pero simultáneamente se registran tensiones en torno a los enfoques de abordaje del problema y en relación con los factores que implican la soberanía nacional. Al respecto, los hechos más recientes han sido los reclamos del gobierno mexicano sobre el supuesto secuestro/captura de Ismael Mayo Zambada (el histórico capo del Cártel de Sinaloa) y la denuncia del Tratado de Extradición por parte del gobierno hondureño. Sin duda, este será uno de los principales puntos de tensión entre las administraciones de Trump y de Zelaya Castro. Posiblemente, en menor medida con el gobierno mexicano.

Históricamente las relaciones entre México, los países del denominado “triángulo norte” y los Estados Unidos han estado determinadas por la subordinación y dominio respecto a los intereses estadounidenses. Esto ha ocurrido a pesar de los esfuerzos de México y de algunos países del “triángulo” por intentar tejer relaciones de respeto mutuo y de cooperación, con base en una agenda compartida. En ese marco, hay hechos objetivos que no es posible desconocer: constituimos el “patio trasero” de la todavía principal potencia militar del mundo; el principal mercado de las exportaciones centroamericanas son los Estados Unidos. Algo similar ocurre con el origen de los principales flujos de inversión extranjera y una de las principales fuentes de divisas (las remesas) que provienen de los migrantes radicados en suelo estadounidense.

En tal sentido, en la nueva administración Trump los tres temas indicados (comercio, migración y narcotráfico), más el asunto de las remesas, estarán colocados en la agenda de negociaciones con México y el “Triángulo Norte”. De tal suerte que el comercio podría estar sujeto a las políticas migratorias y estas podrían condicionar el tema de las remesas (amenazadas de ser grabadas por un impuesto del 10%), y así sucesivamente con los demás temas indicados. Llama la atención que el tema de lucha contra la corrupción, prioridad del actual gobierno de Biden, no está presente en la agenda de la nueva administración, pese a que es un aspecto de relevancia para desmontar el entramado de redes criminales de corrupción pública y narcotráfico, flagelos sociales posicionados en los Estados centroamericanos. 

En este punto del análisis parece oportuno traer las reflexiones que hiciera Joaquín Villalobos, en enero del 2017, sobre la primera presidencia de Donald Trump, destacando el papel desestabilizador de las administraciones estadounidense en la subregión con sus periódicos cambios de enfoque: “Las pequeñas naciones centroamericanas sufren con sólo que Estados Unidos no las voltee a ver– afirmaba-. “La administración Trump planea darles cuatro golpes simultáneos: reducir las remesas poniéndoles impuestos, cerrar la puerta a sus desesperados migrantes, deportar a centenares de miles de trabajadores y enviar a miles de pandilleros a países que ya están derrotados por la criminalidad. Es una tormenta perfecta, obviamente estos países no van a declararle la guerra a Estados Unidos como hizo El Salvador con Honduras en 1969. Tendrán que tragarse sus problemas. Lo que viene es una implosión que le dará continuidad a la tragicomedia bananera, pero ahora se mezclarán en esta el primitivismo, el egoísmo extremo y la ignorancia de las élites locales con la impiedad, el racismo y la irresponsabilidad del liderazgo de la gran potencia del norte” (Trump y el infierno centroamericano. Nexos, 1 de enero 2017).

Electivamente, con esta segunda presidencia, es muy complejo el panorama que se abre para México, Guatemala, Honduras y El Salvador. Seríamos muy simplistas si nos sumáramos al enfoque que asegura que las administraciones demócratas y republicanas son lo mismo y que todo continuará similar, sin cambios significativos. Esta aseveración no niega resaltar que algunas de las propuestas de Trump son pura retórica, varias de ellas carentes de viabilidad técnica y política, tal como ocurrió con su primera administración.  

Y a nivel político, ¿qué podemos esperar?

Hoy en día, asistimos a una reconfiguración del mundo en varios niveles: económico, militar y cultural, por mantener o modificar la actual situación geopolítica. Sus puntos de máxima tensión son los conflictos bélicos en el Medio Oriente y en Ucrania, así como la intensa disputa productiva y comercial entre los Estados Unidos y China. Asimismo, América Latina está en una zona en disputa en lo referido al signo político de la conducción de los diferentes Estados y del proyecto de sociedad puesto en marcha. La victoria de Trump es significativa en esta disputa política, en la cual está en juego imponer un paradigma neoconservador (ultra neoliberal) o mantener la “normal” contienda democrática entre las derechas tradicionales y los progresismos de diferente tipo. 

Aunque en el acápite anterior limitamos el alcance del análisis a México y el “Triángulo Norte”, es un hecho que los resultados de las elecciones estadounidenses han impactado en toda la región latinoamericana. De ahí que no es casual el enorme júbilo con que Milei, Bolsonaro y Bukele han recibido la victoria trumpista, por cierto, los tres líderes mencionados fueron participantes activos de la última Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). 

Esta Conferencia, nacida en 1974 para promover la candidatura de Ronald Reagan, como un espacio doméstico del Partido Republicano, podría estar destinada a convertirse en una especie de plataforma internacional para promover las fuerzas políticas ultraconservadoras y modificar el panorama político en la región y el mundo. Es decir, una especie de internacional antiglobalista. La siguiente Conferencia se realizará en Mar-a-Lago, en Florida, principal residencia de Trump, este 14 y 15 de noviembre; ese evento nos aportará pistas sobre cuál podría ser su rol en esta coyuntura histórica y nos dirá si nuestras sospechas tienen algún fundamento.

En el caso hondureño, al margen de la Conferencia, pero muy coincidente con sus enfoques políticos, en meses anteriores (26 de septiembre, 2023) se constituyó la Alianza Republicana de las Américas. Esta alianza es un espacio de convergencia entre congresistas republicanos, con María Elvira Salazar a la cabeza, y políticos conservadores de Honduras, República Dominicana y España, con el fin de incidir en el Congreso y Senado estadounidense en temas referidos a Venezuela, Nicaragua, Cuba y Honduras.

Definitivamente, la reconfiguración y formación de esos espacios internacionales y regionales en el contexto de la victoria del más importante movimiento antiglobalista del mundo, es un factor que podría conducir a la intensificación de la polarización política de las elecciones generales de Honduras y posiblemente a mayores problemas de ingobernabilidad. 

En tal sentido, ojalá que la ideologización no nos haga retroceder a tiempos de la guerra fría, y que el pragmatismo prevalezca en las relaciones de la administración Trump con Honduras y la región. Todavía estamos en un tiempo para especulaciones, pero esperamos que estas líneas sirvan para esbozar las primeras reflexiones sobre este nuevo tiempo político que nos tocará vivir.

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