Escrito por: Lucía Vijil Saybe
Parte 2 / 2
En un primer escrito[1] se colocaron en el debate las perspectivas o narrativas de los actores que usualmente se encuentran vinculados a la conflictividad socioambiental en Honduras, con especial énfasis en el sector empresarial, el Gobierno y los movimientos socio-territoriales.
Parte de las conclusiones son las preocupaciones por:
i) la intervención militarista en los conflictos
ii) las lecturas antropocéntricas de las dinámicas y
iii) la ausencia de la cultura de diálogo entre las partes, a favor de la construcción de transiciones al modelo de acumulación actual.
En ese sentido, el siguiente documento responde a la interrogante: ¿qué elementos construyen la ética ambiental requerida para la transformación de esas conflictividades?
Consideraciones previas
Todos los análisis sobre la conflictividad socioambiental deben considerar las perspectivas de los actores para identificar sus intereses y el fin que persiguen. Históricamente, las lecturas de las problemáticas socio-territoriales inician colocando en el centro del debate al ser humano, su capacidad de uso y satisfacción de necesidades, a través de los bienes comunes de la naturaleza.
La ciencia y la técnica se han construido para la dominación de todo cuanto rodea al ser humano. Por tanto, una de las primeras consideraciones previas para habilitar una relación no destructiva con la naturaleza debe partir, tal como lo diría Habermas[2], de reconocer a: “(…) una naturaleza como interlocutor en lugar de como objeto”. Esto hace, agrega, “…referencia a una estructura alternativa de la acción: a la estructura de la interacción simbólicamente mediada, que es muy distinta de la de la acción racional con respecto a fines”.
Asimismo, es importante plantear las subjetividades sobre el tema, como un elemento que debe considerarse en cualquier lectura de conflicto. Si bien, las ciencias duras han considerado a las subjetividades como bloqueo para un análisis neutral o no sesgado de cualquier problema, las subjetividades presuponen “procesos de interiorización de valores y formación general de la personalidad, y está mediada por instituciones como la familia, la educación y el Estado”[3]. Además, son de importancia para el análisis, porque otorgan una lectura completa del sistema social de moralidades, en dos vías:
- los agentes y sus pautas de conductas en relación a una situación específica y,
- intereses que podrían frenar la convivencia o retrasar procesos de salida a las crisis.
Otro elemento que debe considerarse es que al final, la ética “intenta ser un sistema de pautas que median y orientan las relaciones intersubjetivas, con el propósito de que la existencia social no sólo posible, sino experimentada como vida buena, en función de valores y prácticas que potencian una convivencia humana sostenible, de forma resumida (…) sólo cuando hay un reconocimiento de la subjetividad es posible el trato moral”[4].
¿Qué es la ética ambiental?
La crisis entre la naturaleza y el humano posiciona la necesidad urgente de transformar el relacionamiento y la forma en cómo se puede superar el planteamiento de superioridad de la especie humana frente a todo un ecosistema que ofrece distintos niveles de coexistencia. Su relevancia radica, de acuerdo con Marcos[5], en que “la ética ambiental trata desde un punto de vista racional los problemas morales relacionados con el medio ambiente”.
Los conflictos socioambientales en Honduras y su abordaje requieren de una ética ambiental que confronte los problemas morales en relación con la forma en la que el ser humano continúa explotando la naturaleza sin escrúpulos y todo el carácter conservacionista de las respuestas desde las instituciones.
La tradición ética de la modernidad estaba basada entre algunos pares iguales (es decir, la interlocución era entre sectores con condiciones iguales de poder), pero ahora mismo, que se está atendiendo a una crisis climática profunda, el contexto está marcado por:
i) un miedo manifiesto por asegurar la supervivencia como especie humana
ii) incapacidad de pensar la responsabilidad con las generaciones futuras y
iii) continuar la habilitación de un modelo de acumulación que genere excedentes en manos de las élites económicas históricas.
Y entonces, ¿cómo construimos esa ética ambiental que se requiere para el abordaje de las conflictividades socio-territoriales en Honduras?
La compleja interiorización por la transformación de los valores y formas de relacionamiento, son procesos complejos individuales que deben trascender a lo colectivo. Diferentes autores, desde la biología, la teología, la ecología política, la economía ambiental, la filosofía, entre otras materias, han planteado que la singularidad de la ética está en su transversalidad y la capacidad de traducir esa reflexión a los hechos concretos, como lo plantea Boff[6], “en el relacionar hacia los lados (comunidad ecológica), hacia adelante (futuro), hacia atrás (pasado) y hacia dentro (complejidad), todas las experiencias y todas las formas de comprensión como complementarias y útiles para nuestro conocimiento del universo, nuestra funcionalidad dentro de él, y para la solidaridad cósmica que nos une a todos”.
Tomando los postulados de Boff[7], algunas de las reflexiones sobre la construcción de la ética ambiental son:
- Debido a la tensión entre el desarrollo y la conservación de la naturaleza se ha optado por el deterioro ambiental. Y está claro el interés de acumulación por capital de las empresas, cuyo fin primordial es la generación de excedentes sostenido a través de sus narrativas, para criminalizar y judicializar a quienes proponen un relacionamiento justo con la naturaleza. Es así que el primer elemento parte de reflexionar sobre un desarrollo sostenido que considere el equilibrio de los ecosistemas y el principio de la solidaridad.
- Fortalecimiento de un pacto de reverencia y equilibrio con la naturaleza, un principio liberador de la preocupación ecológica. Lo manifiesta Boff[8], “el estado del mundo va ligado al estado de nuestra mente. Si el mundo está enfermo, eso es síntoma de que nuestra psique también está enferma. Hay agresiones contra la naturaleza y voluntad de dominio porque dentro del ser humano funcionan visiones, arquetipos, emociones que conducen a exclusiones y a violencias”, ahí radica la preocupación entre las medidas militaristas y las narrativas que sostienen a la institucionalidad y al sector empresarial.
- Cada una de las salidas a las crisis de conflictividad también debe ser pensada en relación con el vínculo inmediato con las generaciones futuras, como principio de reciprocidad generacional. Es decir, ante el aumento de la contaminación y deforestación, ¿en qué mundo se podrá vivir? Y este planteamiento es único desde los movimientos socio-territoriales, en un esfuerzo por dignificar la solidaridad.
- El principio de la autonomía relativa de los seres. Es decir, el derecho a la existencia. Los ecosistemas no están sostenidos por el humano, y es importante que se construya esa capacidad para comprender las dinámicas de los ecosistemas y su funcionalidad no en función a la especie humana si no en relación con el papel de los ecosistemas como equilibrio del cosmos.
- El principio de reconocimiento para comprender que el mundo bajo las dinámicas de acumulación por desposesión tal como se conoce, es insostenible. Es, al final, el manifiesto de la crisis del paradigma dominante que ya no es sostenible.
Esos principios están planteando ante la sociedad un giro eco-territorial que permita
i) cuestionar los modelos de producción y habilitar marcos para las transiciones extractivas
ii) posicionar medidas integrales de conservación a la naturaleza. Es decir, los bienes comunes requieren de un reconocimiento como sujetos de derechos que les permita reclamar su lugar en las sociedades y
iii) la reconfiguración del esquema de pensamiento actual (cortoplacista) y el repiense de un abordaje ambiental y ecológico, considerando ahora otras formas de relacionamiento entre especies.
Reflexiones finales
a. Cualquier abordaje de conflictividad que se pretenda realizar (para buscar sus soluciones) debe partir de la apropiación del entorno natural, grupos sociales que interactúan, matrices de producción y trabajo; flujo de capital y el reconocimiento de la naturaleza como ese espacio de interacción. Es decir, también se requiere de prácticas filosóficas y políticas que transgredan la visión antropocéntrica de esta temática.
b. En Honduras, la normativa ambiental y la construcción de cualquier política que está relacionada con la protección ambiental o regulación de empresas, está pensada en función al ser humano y no a la naturaleza, por ende, hay un problema de origen que requiere de medidas radicales en relación con un posicionamiento efectivo por una ética ambiental.
c. Las narrativas de los actores involucrados en la conflictividad socio-territorial están plegados de intereses y subjetividades; la balanza radica en la capacidad política de interlocutar, repensar ontológicamente la condición humana en su vulnerabilidad y dar apertura un nuevo paradigma de pensamiento rescatando a quienes defienden y priorizan los bienes comunes de la naturaleza.
[1] Vijil, Lucía. 2023. Los asesinatos de ambientalistas en Honduras y la urgencia de retomar una verdadera ética ambiental. Disponible en: https://cespad.org.hn/los-asesinatos-de-ambientalistas-en-honduras-y-la-urgencia-de-retomar-una-verdadera-etica-ambiental/
[2] Habermas, Jürgen. (1997). Ciencia y técnica como ideología. Madrid: Tecnos. Trad. Manuel Jiménez Redondo y Manuel Garrido (Technik und Wissenschaft als «Ideologie», 1968).
[3] Vargas C., Ronulfo. 2008. Elementos para la consideración de una ética ambiental. Revista Espiga, núm. 16-17, enero-diciembre. P. 161-188. Universidad Estatal a Distancia
[4] ídem.
[5] Marcos, Alfredo. 1999. Ética ambiental. Revista Universitas Phllosophica. Diciembre. P. 31-57. Bogotá.
[6] Boff, L. 1995. Grito de la tierra, grito de los pobres. P. 3 -26.
[7] ídem.
[8] ídem.