Escrito por: Nancy García
En medio de la celebración del Encuentro de Defensoras de los Bienes Comunes, buscamos un espacio para conversar con ella. Con dos sillas colocadas frente al mar y el río de la comunidad corriendo por el lado contrario, Noemí Gómez, una acérrima defensora de los derechos de la mujer, nos regaló su historia.
Noemí es una mujer de 55 años de edad. Es de baja estatura y sobre sus hombros carga más de tres décadas de trabajo a favor de los derechos de las mujeres, especialmente las campesinas. Actualmente forma parte de la Red de Mujeres del municipio de Trujillo y es la actual Coordinadora de la Oficina Municipal de Mujeres.
“Fuimos como los gitanos y gitanas”
Su madre y su padre eran nativos de Langue, Valle, sur de Honduras. Pero viajaron por varios sectores del país, uno de ellos fue Tegucigalpa, la capital de Honduras. Por eso, Noemí recuerda que estuvo rodeada de diversos escenarios que le permitieron crecer en libertad por las calles de Tegucigalpa y Comayagüela, y andar en las montañas en medio de los rugidos de leones.
Sus padres, una mujer ama de casa y un padre labrador, se fueron a vivir con sus hijos e hijas a la colonia 15 de septiembre. “Era bien bonito, nos desplazábamos a pie por Camosa, el Pedregal, Jardines de Loarque. Íbamos al centro y caminábamos a pie y no nos pasaba nada”, rememora Noemí su infancia.
Para Noemí dejar esas caminatas, el clima de la capital y sus sueños, no fue fácil. Su papá tomó la decisión de trasladarse a la comunidad de los Leones, en 1970.
“Fue difícil. Era cuando andaban recogiendo campesinos para ir a las cooperativas”, dice.
Cuando el huracán Fifí azotó el país en el año 1974, debido a la crisis que se instauró sobre el país, Noemí creyó que no avanzaría más en su vida. “Fue un caos. Fue terrible, me pegó paludismo y muy fuerte”, comenta.
No tenían mucho tiempo viviendo en la comunidad en la cual se asentaron, y pocas personas la conocían, pero la solidaridad de algunos le permitió sacar a esa niña en una hamaca, cruzar el río y sanarla.
Luego de la crisis provocada por el huracán, su padre, quien ya era socio de la cooperativa los Leones, decidió mudarse a el Remolino y formar otra cooperativa. “Salimos de la comunidad los Leones, que era rústica. Allí gritaban, leones, animales feroces. Era bonito vivir allí”, evoca Noemí.
Jugó con el tiempo para estudiar
A Noemí, su padre le negaba la posibilidad de estudiar. Y entre el machismo y el trabajo campesino, se le fueron negando muchos derechos. Aunque ella no dimensionaba, en ese entonces, esa problemática, jugaba con los tiempos e iba contra la imposición de su papá.
“Entré a la escuela. Yo me robé mi tiempo. Yo llevaba cuaderno en bolsa de nylon. Mi mamá me cocía los cuadernos con páginas de oficio; llevaba lápiz carbón y cuidaba aquello como que era mi tesoro”, apunta.
A Noemí la llevaban a trabajar en la huerta. Ella ya le había dicho a su maestra que solo iría por la tarde a recibir clases. Y así, rodeada de la siembra de maíz y frijoles, alzaba su rostro mientras el sol le indicaba, diariamente, que ya eran las once de la mañana y debía alistarse para ir a la escuela.
Logró culminar sus estudios después de dedicarse al trabajo de los cuidados de sus seis hijos e hijas.
Su relación con el trabajo organizativo
A Noemí siempre le ha gustado vincularse a sistema organizativos. Sus primeros “coqueteos” ocurrieron con las bases campesinas cuando era una niña. Luego, a los catorce años se le despertó más el interés, cuando comenzó a trabajar con un grupo de monjas.
Ese trabajo inicial estuvo acompañado del terror que generaba la década de los 80. “En ese tiempo era prohibido hablar de organizaciones en Colón. Estuve con Sor Mariana y fue desplazada, se fue a El Salvado. También estuve con el Padre Guadalupe Carney”, recuerda.
Un día de capacitaciones, las botas militares se hicieron presente. Había niños, niñas y mujeres. Más de 300 militares saltaron el muro y preguntaron si eran subversivas y ella, una cipota con su cuerpo impregnado de miedo, contestó que solo estaban descansando.
Después de ese trabajo con las monjas, Noemí se abrió espacio en el Socorro Jurídico, parte de una organización que se nombraba “Pequeños proyectos”. “En ese tiempo nos prestaban 500 lempiras y trabajamos muy bien, logramos compras dos manzanas de frijolera, una de maíz y tres de sandía”, acota.
Fue con Socorro Jurídico que se hizo educadora y fue allí cuando comenzó a transformar vidas. “Logramos que muchas mujeres levantarán su cabeza y salieran de la esclavitud que tenían”, dice con orgullo.
Su labor ha estado ligada al trabajo de la tierra y el territorio, el que incluye el territorio corporal de las mujeres.
Coordinadora de la Oficina Municipal de Mujeres de Trujillo
Noemí ha formado parte de muchos espacios y está convencida que el machismo continúa generando timidez en la participación política de las mujeres.
En la Oficina Municipal de Mujeres de Trujillo funge como Coordinadora, y hace tres años trabaja a la par de 25 grupos organizados. Algunos de estos grupos realizan iniciativas económicas como la venta de carnicería, la elaboración de panes, tamales, venta de agua purificada, entre otros productos. Además, cinco proyectos como la inseminación artificial animal, están en camino.
“Como dice el lema, derecho que no se reclama, derecho que se pierde. Hemos ido poco a poco haciendo un trabajo de hormiga. Hay que ir a concientizar a las comunidades. Ellas solo escuchan la voz del mando. Dicen a las once debo hacerle cena a mi esposo que tiene que almorzar, pero ellas no se examinan que también tienen el derecho de comer, y es a ese nivel de conciencia que tenemos que llegar y levantar la autoestima”, señala.
Sueña con una casa refugio
En la zona donde radica Noemí no hay Casas Refugios, por eso para esta mujer son de suma importancia las donaciones de las agencias internacionales para comenzar a construir una sede ante la creciente ola de violencia contra las mujeres.
Muchas mujeres se movilizan desde los diferentes municipios a Trujillo, buscando a Noemí porque es una mujer abierta, solidaria y sincera.
Una de ellas, víctima de violencia doméstica, fue sacada del territorio nacional por su seguridad. En ese acompañamiento, Noemí dice que sintió la muerte muy cerca. “La vez pasada sentíamos las balas que calentaban las espaldas. Su esposo era malo, pero ella ya está fuera del país”, suspira cuando rememora la situación.
Ella, mujer sabia, de muchas luchas, pide a las mujeres apropiarse de los derechos y organizarse. Ese trabajo, que comienza desde la escucha, la movilización, el acompañamiento e interposición y seguimiento ante las instituciones gubernamentales para obtener justicia, es parte de su labor feminista.
De igual manera, a Noemí le preocupa la cantidad de casos por enfermedades e infecciones de transmisión sexual que se están registrando en la zona. Por la salud de las mujeres ha gestionado la realización de mamografías, citologías y la entrega de medicamentos a las mujeres en la zona.
En la actualidad, esa niña que se jugó su tiempo para estudiar, la que enfrentó a militares y compartió con personajes históricos como el Padre Guadalupe, coordina la Oficina Municipal de la Mujer (OMM) de Trujillo, y espera que su historia deje huellas y transforme sueños en derechos.