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Travesía y Bajamar, dos comunidades garífunas ahogadas por el mar y la negligencia del Estado de Honduras

Escrito por: René Estrada

Parte 1

En la década de los 60, la comunidad Garífuna de Travesía, en Puerto Cortés, era un aclamado destino para el turismo. Conocida por sus balnearios “Travesía” y “La Nasa” y por sus playas de delicada arena bajo la sombra de las palmeras de coco, esta pequeña aldea sucumbe entre la desidia del Estado y un mar que lentamente se la traga.

En el siglo pasado, Travesía fue un destino turístico por excelencia. Incluso, fue la musa que inspiró la letra de varias canciones veraniegas que hoy, muchos años después, siguen sonando en las radioemisoras hondureñas. Pero en la actualidad, este poblado está rumbo a convertirse en un pueblo fantasma debido a que enfrenta varias crisis, marcadas por el abandono gubernamental, la falta de oportunidades de empleo y el aumento en el nivel del mar que de manera agresiva está acabando con sus playas.

Ahora, decenios después de haber sido la comunidad con el primer balneario en Puerto Cortés, departamento de Cortés, sus pobladores lamentan la falta de interés del presente gobierno y de los que han administrado el país en las últimas décadas, para darle respuesta a los problemas que ahogan a sus habitantes y a sus vecinos de Bajamar.

Iván Flores, habitante de Travesía, contemplando la crisis de su playa. Foto: René Estrada/CESPAD.

 

Más de 200 años de historia

Según cuentan sus pobladores, las comunidades de Travesía y Bajamar no fueron los primeros asentamientos garífunas en la región. De hecho, en el departamento de Cortés, los garífunas se establecieron en Saraguayna, un poblado a unos 20 km del centro urbano de Puerto Cortés, hace más de 200 años, antes de que Honduras fuera declarado país.

Con el paso del tiempo y por el crecimiento poblacional, la comunidad se fue extendiendo por las faldas del cerro Cardona, hasta que se establecieron las dos comunidades: Bajamar y Travesía.

Previo a la crisis causada por los efectos del cambio climático y los altos niveles de contaminación, las comunidades registraban una muy buena producción agrícola que les permitía cultivar arroz, yuca, bananos y otras hortalizas. Además, por la fertilidad de la tierra, los cocos no faltaban.

Por su ubicación a la orilla de la Laguna de Alvarado, la pesca también era una actividad diaria y el intercambio entre comunidades se facilitaba, permitiéndoles la diversificación de alimento y de comercio.

En la actualidad, un recorrido por las calles de Travesía y Bajamar permite divisar hogares pintados en amarillo, blanco y negro, tonalidades características de la bandera del pueblo Garífuna al cual todavía pertenece más del 80% de la población de ambas comunidades. Esos, son los colores que rememoran las buenas épocas, porque ahora, en su mayoría, esas casas están vacías.

Las nuevas plantaciones de coco en la comunidad de Bajamar, una respuesta a la crisis. Foto: René Estrada/CESPAD.

Ahogados en una multicrisis

Las que antes eran comunidades vivas en la orilla de playas, cubiertas por conchas marinas, en donde los habitantes se reunían para contemplar los atardeceres, hoy son remanentes de familias que buscan sobrevivir debido a las diversas crisis que aquejan a Bajamar y Travesía.

Los pobladores de ambas comunidades, que aún permanecen viviendo en la zona, afirman que su permanencia se debe al fuerte vínculo que cada uno ha forjado con el mar, la arena y los pocos vecinos que aún viven en la zona. Y es que la erosión costera, la falta de oportunidades de empleo y el poco acceso a alimento local, así como el incremento en la delincuencia y la criminalidad, entre otros factores, han acelerado la permanente búsqueda de sus hermanos y hermanas por alcanzar el “sueño americano”.

Las playas no son lo que eran antes

Esteban McNab, residente de Travesía, comentó que uno de sus abatimientos es la situación actual con sus playas, las que, por el incremento del nivel del mar, han ido desapareciendo al grado que, según datos registrados por la Dirección Municipal Ambiental (DMA), de la Alcaldía de Puerto Cortés, entre el 2012 y el 2018 se perdieron 34 metros de playa.

Sin embargo, este no es un problema actual. De acuerdo con la Unidad de Proyección Social de la Municipalidad, el primer pico de preocupación se registró después del paso del huracán Mitch (1998), por los altos niveles de agua que llegaron a la zona provenientes de los ríos Ulúa y Chamelecón. Desde entonces, el nivel del mar ha incrementado y los huracanes Eta y Iota, en el 2020, y el sismo de agosto de 2021 aceleraron la crisis.

El aumento del nivel del mar ha traído consigo una serie de problemas para las comunidades, especialmente Bajamar, donde sus habitantes han sido testigos de cómo las olas han acabado con los hogares de sus vecinos y vecinas, al igual que con decenas de palmeras de coco y, sobre todo, con el tejido social, pues al no tener las playas, las nuevas generaciones se limitan a permanecer en sus hogares por la falta de espacios recreativos.

Como respuesta a la crisis, la alcaldía construyó una escollera que se extiende alrededor de unas 4 cuadras entre la playa y la comunidad de Bajamar, que se supone limita el impacto de las olas, aunque en la actualidad, entre el relleno de piedra y el mar es poca la distancia.

La escollera construida por la Alcaldía de Puerto Cortés. Foto: René Estrada/CESPAD.

Sin embargo, a las playas de Travesía y Bajamar no solo les aqueja el calentamiento global, pues la contaminación humana, representada en toneladas de basura que traen consigo desechos plásticos, industriales, agrarios y hasta quirúrgicos, también ha acabado con el encanto costero de la zona ya que el río Motagua de Guatemala y los ríos Chamelecón y Ulúa de la zona norte de Honduras, arrastran basura hasta esta bahía.

Sumado a lo anterior, estas comunidades sufren con la contaminación de la Laguna de Alvarado, la que antes era una fuente alimento a través de los peces que nacen de forma natural. Sin embargo, la laguna ahora está fuertemente contaminada por los desechos sólidos que desembocan del río Chamelecón y por los residuos que arrastra el río Motagua desde Guatemala.

Ante esta situación, Iván Flores, emprendedor de la comunidad de Travesía, muestra su indignación y relata que el gobierno de Honduras siempre ha estado enterado de la problemática, pues muchos funcionarios público y políticos han llegado a sus playas. Se registra, para el caso, la realización de un Congreso móvil que sesionó en Bajamar durante el gobierno del expresidente Porfirio Lobo (2010-2014), hasta el actual Ministro de Recursos Naturales, Lucky Medina, del gobierno de Xiomara Castro.

Flores guarda la esperanza de se adopten medidas para resolver la crisis, pero admite que como comunidad avizoran un panorama poco alentador ya que, con la actual situación de sus playas, el turismo y la pesca (que antes eran fuentes importantes de ingresos) ahora son inexistentes, una situación que incrementa la vulnerabilidad de sus habitantes.

Una comunidad sin acceso a alimentos

Los pueblos garífunas son conocidos, entre otros aspectos, por su sabrosa gastronomía la que se compone por los productos del mar, sus recetas a base de coco y la incorporación de la yuca y el plátano en sus platillos. Sin embargo, aunque durante muchos años en las comunidades de Travesía y Bajamar esta dieta alimenticia fue parte de los hogares, hoy ya no está disponible en la zona.

Epifania Colón, habitante de Bajamar, ha sido víctima del impacto del aumento del nivel del mar y la contaminación de la zona. Dice que la crisis ha impactado de tal manera que las mujeres que se dedican a la venta de pan y dulces, deben salir de la comunidad para adquirir su materia prima, el coco.

“Aquí nosotros no necesitábamos comprar cocos porque todo estaba en la comunidad. Ahora toca comprar para revender”, acotó Epifania haciendo alusión al fuerte impacto que estos fenómenos han tenido en su comunidad, sobre todo en el precio de los insumos básicos.

Actualmente, la escasez de coco no es el único problema alimenticio pues los demás productos básicos de la comunidad garífuna, como la yuca, que utilizan para el casabe, y las frutas como el banano y el plátano, también tienen que adquirirse a terceras personas, a precios elevados.

La pesca es otro de los rubros afectados. Flores comenta que en su comunidad ya no quedan pescadores porque la contaminación de la laguna y los movimientos en el mar han obligado a los pescadores a faenar en la zona de Punta Sal, en el litoral atlántico, o en las lejanas costas de Belice, para acceder a los productos del mar, una situación que ha ocasionado el retiro de quienes se dedicaban a este rubro.

Ahora, al igual que con el resto de sus alimentos, los habitantes de Bajamar y Travesía tienen que comprarlos en comunidades aledañas o en mercados de las zonas urbanas.

Las nuevas palmeras crecen entre la basura. Foto: René Estrada/CESPAD.

De acuerdo con el informe Panorama de Necesidades Humanitarias Honduras de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), del 2022, un 49.9% de hondureños se encuentra en inseguridad alimentaria y nutricional moderada, y un 17.9% en severa, lo que significa que no tienen acceso permanente a los alimentos, una situación que se ve claramente reflejada en las comunidades de Bajamar y Travesía.

Un desprestigio causado por la delincuencia y la violencia

La última vez que Travesía ocupó los titulares de los medios de comunicación nacionales fue por el asesinato de tres mujeres garífunas en la comunidad, a inicios del 2023. Este suceso se categorizó como la primera masacre de ese año.

Para los pobladores de Travesía y Bajamar, el aumento en la delincuencia y la violencia en la zona han tenido impactos negativos a nivel social y comercial porque actualmente se ven obligados a permanecer encerrados en sus hogares, en contraste con épocas anteriores.

De acuerdo con datos del Sistema Estadístico Policial en Línea de la Policía Nacional, entre el 1 de enero y el 16 de noviembre del 2022, se reportaron 539 homicidios en el departamento de Cortés.

Ante el aumento de la criminalidad en la zona, las y los habitantes de la comunidad han hecho llamados al gobierno de Castro porque ese escenario ha reducido la afluencia de turistas.

Una Municipalidad sin recursos para responder a las exigencias

Si bien, Travesía y Bajamar están suscritas a la Municipalidad de Puerto Cortés, esta alcaldía admite que muchos de los problemas que afectan a estas comunidades garífunas se escapan de sus capacidades.

El Ing. Sergio Oliva, de la DMA, admite que resolver los problemas de la contaminación es responsabilidad del gobierno central, no de la municipalidad a la que representa, porque los ríos Ulúa y Chamelecón arrastran los residuos de otros municipios. Además, dice que el río Chamelecón tiene temporadas en las que arrastra peces muertos debido a la falta de oxígeno en el agua, ocasionado por los desechos que los ingenios azucareros descargan en el río.

Entonces, dice, solucionar esta problemática requiere de un verdadero compromiso del gobierno de Xiomara Castro y, especialmente, del ministro de la Secretaría del Ambiente (MiAmbiente); Lucky Medina, para que se pueda regular el impacto de las empresas azucareras.

Por otro lado, Oliva explica que, pese a que la alcaldía de Puerto Cortés es la única en el departamento, que cuenta con alcantarillado y relleno sanitario para el manejo de la basura y los desechos, la cantidad de residuos que ingresa por los ríos Motagua, Chamelecón y Ulúa sobrepasa sus capacidades.

A la espera de turistas. Foto: René Estrada/CESPAD.

Otra de las grandes exigencias de las comunidades de Bajamar y Travesía es la pavimentación de su calle principal. Pero, de acuerdo con estudios realizados por la DMA, difícilmente se puede avanzar con la construcción porque a 0.5 metros debajo de este camino han encontrado agua subterránea, que no permite que una carretera se mantenga.

Oliva admite que hay acciones que se están ejecutando para tratar de mitigar el impacto de la crisis ambiental. Por ejemplo, dijo, se avanza en la reforestación de la flora local para fortalecer el terreno, el mantenimiento y limpieza constante de las playas, y un trabajo de concientización de las comunidades respecto al manejo de la basura. Pero, reiteró que, por la vulnerabilidad del país ante el cambio climático, la erosión costera continuará.

Así avanzan, en medio de un escenario poco alentador, los pobladores de las comunidades de Bajamar y Travesía. Los problemas que conforman la multicrisis que los ahoga lentamente, necesitan la adopción de acciones vinculadas a reformas ambientales integrales por parte del gobierno de Honduras.

Pero, mientras eso no ocurra, estas comunidades, que se están convirtiendo en pueblos fantasma, continuarán sobreviviendo de las remesas y de los sueños de un pasado reciente en el que fueron un importante emporio del turismo de Honduras.

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